viernes, 2 de noviembre de 2012

Ella.

Podían ser las cinco de la mañana.
Una chica sentada en el borde de la cama fijaba toda su atención en la pantalla de un móvil, rota, cómo si alguien la hubiese jodido tirando el teléfono varias veces al suelo. Pero no llamaba nadie.
Esa noche, Elody daba vueltas en la cama sin poder dormir mientras miraba al techo con los ojos rojos y encharcados. Cada vez que se giraba y veía la mitad de la cama vacía, un sentimiento de dolor la recorría el cuerpo.
A base de pastillas pudo dormir un poco, pero tampoco demasiado.
De repente, la oscuridad de la habitación, se rompió con una luz de tono azulado que venía de la mesilla derecha de su cama, de una pantalla tan rota cómo ella.
Elody, aún con la esperanza de leer su nombre en la pantalla, volvió a sentir una punzada de dolor en el pecho. Sólo se fijó en que no era su número de teléfono, número que se conocía tan bien... Ni siquiera se molestó en ver quién era, y si lo hubiese hecho, las cosas hubiesen cambiado, pero no estaba de humor.
Simplemente, sin pensarlo dos veces, se vistió lentamente, se arregló el pelo en una coleta y bajó a la calle con la intención de perderse, de morir.
Se planteó dejar una nota de suicidio, pero, ¿a quién le importaría?

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